lunes, 7 de febrero de 2011

Adiós, Friedrich

Caía la tarde mientras ella jugaba a dibujar en el aire. Desde su ventana entraba el viento con el aroma a tierra mojada, aquella que le recordaba las tardes en el patio de la casa de la tia Elvira. Se sentó y salió al balcón con sus ojos cerrados  llenándose de ése aroma, de ése recuerdo.Abrió sus ojos y lo vió, estaba sentado en la arena, solo. El mar le ofrecía unas olas calmas que entre el ruido que traía el viento, los médanos y las olas estrellándose contra las rocas, le regalaba una postal increíble. Decidió sentarse y observarlo, estaba leyendo algo que no alcanzaba a divisar con precisión. Le fascinaba el cuadro que estaba mirando: el inmenso mar, la arena y él en medio, tan chiquito.Ella disfrutaba de cada caricia que el viento le hacía a sus cabellos, tanto que  cerró sus ojos y sonrió. Al abrirlos vió que al cuadro le faltaba algo: el muchacho. Segundos después sonó una sirena, ella miro el mar y entre sus olas un libro que iba y venia. Por sus mejillas corrió una lágrima, entró a su habitación, cerró las ventanas, se acostó en su cama y comezó a dibujar en el aire.

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