viernes, 24 de junio de 2011

E(de)Wilde

Nueve años pasaron.
Nueve años.
Nueve años pasaron desde que me dijiste: "te prometo que la próxima vez que venga,  toco timbre y hablamos".
Aún recuerdo nuestro último año nuevo. Tu vieja nos sacó una foto a los cuatro. A vos, a Javier, a Marianela y a mí. Vos felíz porque habías podido ver a tu niña y yo felíz porque te tenía. Porque los tenía. Ustedes eran como super hermanos que se defendían, se enojaban, se querían y por sobre todas las cosas estaban allí cuando una más los necesitaba. Vos siempre estuviste ahí para mí. Porque tenías una capacidad de escucharme, de entenderme y de aconsejarme.
Miles de veces intenté decirte, de hacerte entender que no estabas bien. Que así las cosas no eran. Pero tu nombre era sinónimo de terquedad y no hubo nadie que te haya podido parar. 
Cuando cumplí los quince tocaste el timbre del portero y me dijiste que la pasara bien, que me querías y que yo era tu única amiga. Que te alegrabas de ser mi amigo. Así de tierno eras.
Una noche fría te encontré debajo de la torre con algunas de tus cosas. Te pregunté qué a dónde ibas y me hiciste aquella promesa. 
Aún cuando regreso al barrio y me siento en el sillón de mis padres, miro hacia la puerta esperando que vuelvas y que la herida deje de sangrar.


http://www.youtube.com/watch?v=8Ct5KTM-A_c





jueves, 2 de junio de 2011

Ronda Nocturna

Quizás el destino nos jugó una mala pasada diría usted, en cambio yo digo que las tejedoras no se han equivocado con sus hilos.

 Está sentado en el borde de la cama jugando a formar palabras, investigando cuál de sus partes del cerebro funciona en cada pensamiento, tratando que su pequeño audífono en su volumen máximo pueda capturar todo, absolutamente todo. Es de noche, presiente que las maderas crujirán hizo mucho calor durante el  día, de noche se sabe que las maderas crujen y como lo sabe todo el mundo él no quiere dejarse engañar por un simple hecho que es de conocimiento mundial… o barrial. Prefiere ir más allá, que su oído penetre las maderas, las paredes, las cañerías y ahí, en el 5 piso se oyen pasos y llaves que fueron arrojadas con violencia hacia la mesa, presiente que no todo esta muy bien en el quinto y prefiere escuchar otra cosa.
 En el B gemidos, gritos, no se atreve a oír pero sin embrago paso un buen rato escuchándolos y pensando que Sofía no tiene novio, es muy chica para tenerlo. Se empieza a preocupar, decide salir de su departamento y tocar a la puerta. “¡Sofi! Estás bien”, le dijo. La niña le dijo que si, que estaba viendo la tele. El pobre no sabía que hacer, pero si apenas era una nena no podía ver esas cosas, pensó que hablaría con sus padres. Se sentó en el borde de su cama, miro al reloj y le dijo: tú si que no pierdes el tiempo. Cansado, pesado, tiene deseos de dormir pero espera a su viejita que no llega.
Preocupado decide salir  y esperarla en el hall de entrada, toma las llaves y abre la puerta, “¡Hola!, qué hace viejito! A dónde quiere ir, cierre, cierre que hace frío!” El viejo Emilio prepara la mesa y sirve la sopa.
Después de cenar y de comer su postre favorito: queso y dulce (eso fue lo único rioplatense que le gustaba). Tomó un baño, a la vieja le pareció extraño (debo decir que a mi también, pero no porque sea él sino porque me resulta extraña la idea que los viejitos se bañen de noche).Se secó, se puso su pijama a cuadros de color azul y se sentó en su cama de sábanas blancas de un suave algodón, puso el despertador. Le dió el besito de buenas noches a su viejita y se durmió.
 Soñó tanto ésa noche, pero tanto…soñó con su vieja, con  Delia, con José, con Ana, hasta con su perro Dodó. A Delia la soñó de joven, alta, con su pelo largo y suelto, como suspendida en el tiempo, el viento acariciaba cada cabello Y su piel brillaba como en ésas tardes de sol en donde él tocaba a su puerta y ella se asomaba por su ventana levantándole la mano y diciéndole: “espérame, pero no te quedes al sol, que yo te quiero blanquito” y se sonreían. Soñó que iban al cine tomados de la mano, ella del lado de las vidrieras y él del lado de la calle, como debía ser, claro. Vivió tantas cosas con Delia, tantas…hasta que un día se separaron así sin más ni menos. Creo que ninguno de los dos supieron alguna vez los por qué de dicha separación.
Una noche de Enero de ésas que el calor es insoportable, los muchachos lo pasaron a buscar por su casa y salieron a caminar por ahí. Llegaron a San Telmo paseando por Defensa jugando a patear una piedra entre todos, levantó la vista y estaba ella en su balcón: sus piernas blancas y largas, su pelo rubio y ondulado, llevaba unos jeans cortados y una musculosa blanca, no sé si le llamó la atención ella o lo que estaba haciendo en la ventana, de todas maneras lo enamoró, subió por las escaleras tocó a la puerta, ella lo invitó a pasar y le dijo: “si no me venías a buscar, me tiraba yo” sus amigos impresionados por tal acción no sabían si esperarlo o seguir son su ronda nocturna, es que habían quedado de ir a lo de  Don Galo a jugar unas timbas. Se fueron y Emilio no apareció por la pensión por toda una semana. Volvió flaco y demacrado tal como los gatos cuando vuelven de sus giras. Ésa semana había sido la mejor de su vida, al menos hasta ahora.
Llegó Febrero y su bendito San Valentín, para ésa fecha armaban un baile en el patio de la pensión y cada uno podía invitar a dos personas (es que era chiquito el lugar vió). La vecina de los treinta y pico invitó a dos tipos que nunca salieron de su habitación. Elsa la de las nenas sin padre invitó a dos amigas, ella tenía la ilusión que el carnicero de la esquina pasara a saludarla y lo esperó nomás, pero nunca llegó. Pobre, después se enteró que estuvo con  Mirna la de la fiambrería. Rubén, Carlos y el gallego no invitaron a nadie. Ana, la vecinita de enfrente había dicho que no iba a estar pero se quedó porque venían sus primas de Corrientes a pasar una semanita. Y Emilio no quiso invitar a nadie, no le gustaban los bailes pero sí la música así que se encargo de que la gente se divirtiera con lo que él pasaba. Ana se acercaba con unos sanguchitos y le convidaba. Llevaba puesto un vestido blanco con flores violetas, un collar de perlas y unas sandalias de taco alto blancas. Tenía el pelo negro y sedoso. Cada vez que Emilio la miraba ella le respondía con otra mirada, a Emilio ya le estaba gustando ése jueguito. Buscó entre sus discos y halló lo indicado para sacar a bailar a Ana. Y empezó…”lindo capullo de alelí…” la tomó de su cintura, luego de su mano, Ana nunca se sintió tan segura y tan estremecida. Daban vueltas y vueltas, la hacía girar le gustaba ver como combinaba el volado de su vestido con el vaivén de su pelo, fueron bailando hasta dar con la puerta de su habitación. Emilio la abrió, pasaron, cerró y siguieron bailando los dos solos a la luz de la luna. Emilio tocaba sus caderas anchas, firmes, sus pechos grandes con pezones pequeños, el olor lo envolvía  en una cápsula de Ana, de Ana…la amó tanto como si nunca hubiese amado a nadie, acaricio cada parte de su cuerpo, besó sus cabellos, sus dedos, sus piernas y más allá, no quería olvidarla nunca. Al otro día, Emilio se despertó y Ana ya no estaba. Se lavó la cara, el calor era inaguantable, asqueroso y pegajoso. Fue hasta su puerta, tocó pero no respondió nadie excepto el gallego que le dijo: “¡que se han ido hombre! Deja ya con la tocadera!” y adónde se fueron, preguntó Emilio, “¡y si no sabes tú menos voy a saber yo, joder!” le respondió el gallego.  Le pidió a Marcos su Vespa y se fueron a retiro, quizás se vuelven sus primas, pensó. Al salir, la ve a Ana que viene del mercado con muchas bolsas. “El gallego me dijo que te fuiste” dijo, “y sí, me fui al mercado no ves?!” Era brava la muchacha. Estuvieron juntos un año, el 14 de febrero del año siguiente ella llegó al baile con una sorpresa para Emilio: Dodó, un perrito. Le dijo que él iba a cuidar de Emilio cuando ella ya no estuviera. Se volvía a su provincia, extrañaba mucho su hogar y no le gustaba la capital. Jamás le pidió a Emilio que se fuera con ella, lo amaba demasiado como para pedirle eso. Y se fue esa misma noche, por la puerta angosta y vieja, pero bailando, sonriendo y llorando, tirándole los besos que no le pertenecían, que eran de él.
Para dejar de pensar en Ana, Emilio salía todo el tiempo con sus amigos. Con José iba a la cancha a ver a San Lorenzo, él no era hincha de ése club pero iba igual. Una tarde de domingo llego una amiga de José que hacia tiempo no veía, se la presento a Emilio y después de una tarde de anécdotas y risas, José le pidió a su amigo que la acompañara hasta la parada de ómnibus porque era de noche y él con esto de la miopía no veía nada. Y así conoció a “La vieja”, que hizo trabajo de hormiga con él, paseaban por la 9 de julio, tomaban mate y hasta parecían adolescentes jugando a quién daba el primer paso para el primer beso. Con la vieja pasaron tardes hermosas, cálidas y acogedoras. Pero ella no siempre fue “la vieja”, ella fue un diamante en bruto. Una guapa morocha de pelo negro azabache, sí azabache, que conquistó su corazón entre arte y arte y mate y mate; fueron a bailar, a la plaza, y entre mate y bizcochitos llegó ése beso. La vieja era tan exigente que le dijo: “¡podría haber sido mejor!” ¡Si será loca! Pobre viejo quedo desconcertado, había machacado toda su galantería y la había pisoteado, ahí el viejo debería haberse dado cuenta que la vieja no jugaba y que al lado tenía a una morocha corajuda sin pelos en la lengua. Emilio debería convertirse en un gran hombre para hacerle honor a la gran mujer que tenía al lado, para cumplir con el dicho: detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer. Y así fue. Después de----- “riiing-riiing” Ya son las siete. La vieja lo llamó “Viejo, viejo despertarte que no lo vas a poder creer, te preparé el desayuno viejito lindo, viejo, Emilio…Emilio…”
En su mesa de luz el frasco de pastillas vacío y una rosa marchita. Al lado esta nota: Al final el viaje es de uno solo, entonces vagué sin rumbo alguno toda la noche, guiado por mis pies solo por mis pies.












Fotografía del blog:  www.hilandorecuerdos.blogspot.com